lunes, 20 de febrero de 2012

EL PORTERO DEL PROSTIBULO

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. 

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para darle nuevas instrucciones.
Al portero, le dijo:

– A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, va a preparar un reporte semanal donde registrará la cantidad de personas que entran y sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio. 

– Me encantaría satisfacerlo, señor –balbuceó– pero yo no sé leer ni escribir. 

– ¡Ah! ¡Cuánto lo siento! 

– Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida. 

– Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que encuentre otra cosa. Lo siento, y que tenga suerte. 

Sin más, se dio vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa. 

Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llamó a su puerta: 

– Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme. 

– Sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... 

– Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. 

– Está bien. 

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. 

– Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? 

– No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula. 

– Hagamos un trato –dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. 

– Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo... Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para el viaje. 

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

Recordaba las palabras escuchadas: "No dispongo de cuatro días para compras". Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgó un poco más de dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes. 

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no?, las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos... En diez años, aquel hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas. 

Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de a leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo: 

– Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela. 

– El honor sería para mí –dijo el hombre–. Nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir; soy analfabeto. 

– ¿Usted? –dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer–. Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir? 

– Yo se lo puedo contestar –respondió el hombre con calma–. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería el portero del prostíbulo! 

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Generalmente los cambios son vistos como adversidades. Pero en otro sentido existe una teoría que dice que las adversidades son como una bendición. Ya se sabe que en japonés la palabra crisis surge de dos caracteres,  que son "peligro" y "oportunidad". Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar puede ser la mejor opción.

"El portero del prostíbulo" 
Cuento de JORGE BUCAY.

jueves, 2 de febrero de 2012

EL MIEDO

La mayor parte de los males que le suceden al hombre – los más importantes por lo menos – le suceden por miedo. El corazón humano está lleno de angustias y pavores. Si alguien que no sabe nadar se cae al agua, se asusta y se debate, se contrae y, en consecuencia, se hunde, desespera por mantenerse a flote y, en consecuencia, se ahoga.

Si perdiera el miedo, su cuerpo, por si solo ascendería hasta la superficie. El miedo es un lastre que nos aterra (en su doble sentido), que nos empequeñece y nos devora. No sé donde he leído esta vieja fabula india. Había un ratón que le pidió a un mago que lo salvase de su pánico a los gatos. Fue complacido y transformado en gato. Pero comenzó a tener miedo a los perros; para salvarlo, a instancias suyas, el mago lo convirtió en perro. Pero como perro, temía a la pantera, y el mago lo convirtió en pantera, con lo cual comenzó a temer al cazador. El mago entonces lo volvió de nuevo ratón ”porque al que tiene alma de ratón – le dijo –nadie le quita el miedo".

Así es en general el Hombre, tiene miedo a perderse, a perder. Y apenas en su vida hace otra cosa. Pierde el dulce y blando almohadón de su infancia; pierde y no alcanza el ideal de su juventud; pierde los amigos más íntimos y los más tiernos amores que lo acompañaron; pierde las facultades por las que fue querido y admirado, y va paso a paso, hacia la muerte, donde el mismo se pierde.Y llega a ella sin haber vivido de puro miedo. La vida fue para él algo que acaecía mientras estuvo distraído evitando un daño o una catástrofe. De ahí que solo hagan en realidad el bien, los que además de otras cosas, perdieron el miedo a la muerte, que es lo mismo que decir los que perdieron el miedo a la vida.


Hay hombres que hacen tanto esfuerzo por alejar la muerte y olvidarla que descuidan el principal precepto: el de estar vivos. y en lugar de sazonar la vida con el aprendizaje y la alegría, la amargan con quejas y quebrantos, convocando a la tristeza a anidar, como una cigüeña negra sobre un tejado.

¿Qué es el amor? Le preguntaron cierto día a un maestro. “La ausencia absoluta de miedos” respondió “¿y a que es a lo que le tenemos miedo” le preguntaron. “Al amor” contesto el maestro. Quienes se empecinan en adquirir y mantener cosas pequeñas se transforman en minúsculos escriños, en `pobres monederos, en llaveros colgados en espera de que una mano los utilice y los cuelgue de nuevo. Se contentan con poco, y aun ese poco les será arrebatado.

Para perder el miedo no es necesario cambiar el mundo, sino cambiar nuestro propio corazón: ensancharlo y escucharlo después. Nunca es imprescindible cambiar aquello que se ve y se teme, sino la forma en que se ve. La derrota y el fracaso forman parte esencial de nuestra vida. Si no aprendemos a verlos con perspectiva desde lo alto, nos amedrentaran, porque estaremos debatiéndonos entre ellos como el que no sabía nadar y cayó al agua.

Justamente es la calidad del agua lo que debemos adquirir: limpia, sumisa, dócil a la forma del recipiente en que se vierte; pero también irresistible: no solo cuando produce una avenida, sino en su constante y activo gota a gota; no solo cuando es rio, sino cuando se separa de él y riega un campo. Es tal la indiferencia del agua ante el destino a que se aplique lo que la hace fertilizante y generosa.

Cuando nos ocurre lo contrario a nosotros es porque no advertimos que las cosas no se poseen; al revés, si no somos capaces de desprendimiento, por ellas seremos poseídos. Las cosas, para que nos beneficien, como el agua, han de dejarse en libertad. Si tratas de apretarla entre las manos, resbalara el agua por los dedos; si tratas de incorporártela, salvo que la bebas, te empapara la ropa. El corazón del hombre que no teme es igual que un espejo; no apresa nada, no rechaza nada; todo lo recibe, pero no lo conserva.

Nadie conseguirá ser feliz si esta atribulado por el miedo. Para serlo es necesario ser valiente, liberarse de inseguridades, de preocupaciones y tensiones. Pero existen muchos hombres que ni siquiera se dan cuenta de que son infelices, tan embargados por su miedo viven. El que añora aquello de que carece en lugar de afirmarse en lo logrado por modesto que sea, no es feliz. El que cree que solo lo será mudando su situación o a quienes le rodean, no lo llegara a ser, porque busca fuera lo que se encuentra dentro de él. El que juzga que cuando se realicen todos sus deseos será feliz, yerra: el temor a que no se realicen lo mantiene frustrado y encogido. ¿Cómo va a ser dichoso el acobardado por la amenaza de perder el objeto de su ansiedad, o de no conseguirlo, o de que se interponga otro, u otro se lo arrebate?

Miedos, miedos, miedos. Para acercarse a la Felicidad es imprescindible romper las ataduras del miedo, al contrario de lo que normalmente hacemos: creer que la felicidad consiste en aferrarnos a ellas. La atadura de impresionar a favor nuestro a los demás, la atadura de ganar dinero, la atadura de mantener el estatus; la del éxito en el trabajo y en el mundo… y mientras nos preocupamos de que no se nos escapen nuestras ataduras, se nos escapa la vida: lo único que realmente tenemos. A eso se llama hacer un pan como unas hostias.

Antonio Gala
El País Semanal /Agosto de 1995.