jueves, 18 de septiembre de 2014

SAMURAIS Y GEISHAS: EROS Y TANATOS.

Este verano pasado, en las horas muertas de siesta, entre lecturas y duermevela de piscina he encontrado un argumento más a favor de la elegancia y la higiene, y me ha sorprendido, porque dicho argumento lo recogen las filosofías orientales

El que así lo expone no es otro que
Yamamoto Tsunetomo:
 

" No hace aún cincuenta o sesenta años que los Samurais hacían sus abluciones cada mañana, se afeitaban la cabeza y perfumaban el moño. Luego se cortaban las uñas de las manos y de los pies, las limaban con piedra pómez y luego las pulían con hierba Kogane. No mostraban jamás señal alguna de pereza en este asunto y se cuidaban con atención. Después el Samurai verificaba su sable largo y su sable corto para comprobar que el óxido no los deterioraba; les quitaba el polvo y los limpiaba para cuidar su brillo.   
 

Tomar tal cuidado de su apariencia puede parecer una manifestación de fatuidad, pero esta costumbre no provenía de una inclinación para la elegancia o lo romancesco. Uno puede ser llamado en cualquier momento a librar una dura batalla; si se muere habiendo descuidado su pulcritud, se da muestra de una relajación general de las buenas costumbres y uno se expone al desprecio y al descuido del adversario. Esta es la razón por la cual los viejos y jóvenes Samurais han aportado siempre un gran cuidado en su presentación. Un escrúpulo tal puede parecer una pérdida de tiempo y una ocupación muy fútil, pero forma parte de la vida del Samurai.
 

En realidad, ello precisa menos esfuerzo y tiempo de lo que parece. Si quiere estar dispuesto a morir, un Samurai debe considerarse ya muerto; si es diligente en su servicio y se perfecciona en las artes militares, no se cubrirá jamás de vergüenza. Pero si se dedica a hacer egoístamente lo que le plazca, en caso de crisis de deshonrará. Incluso, no será jamás consciente de su deshonra. Si nada le importa, excepto el hecho de no estar en peligro y de sentirse feliz, se descuidará de una manera completamente lamentable."      

(Extracto de  "Hagakure. El camino del Samurai"            Autor:  Yamamoto Tsunetomo. )   



Y es que, aunque en el tiempo en el que vivimos, la mayoría no nos dediquemos al negocio de la guerra ni estemos sujetos a la disciplina de una orden militar, no podemos obviar los riesgos que conlleva la aventura de vivir, y sobre todo nunca sabremos cuando recibiremos la visita de Eros o de Tánatos.   
  

Si como dice Tsunemoto debemos considerarnos como "ya muertos" deberíamos evaluar si nuestro aspecto es el más adecuado para iniciar ese viaje sin retorno. Porque amigos, pensad por ejemplo en que un aspecto poco cuidado, como unos gayumbos sucios o unos calcetines con tomates pueden dejarnos en evidencia en la sala de urgencias de un hospital, o más aun, cuando ya es demasiado tarde y Caronte nos espera para subir a su barca. 

 

Aunque sin llegar a ese extremo, si nos imaginamos tocados por la diosa fortuna y nos consideramos unos supervivientes o casi inmortales, dichas circunstancias de desaliño y falta de higiene también tendrán sus consecuencias, y pueden simple y llanamente arruinarnos ese primera cita casi furtiva con una conquista amorosa recién lograda. Aque, sin llegar a los extremos descritos por Tsunemoto, y teniendo en cuenta que somos animales sociales, tratemos de mantener cierta disciplina en el cuidado de nuestro aspecto personal en nuestro día a día.
   

P.D. Este post se lo dedico a mi amigo Antonio M.S. que gracias a su sabiduría, pero sobre todo a su sentido del humor y a su empatía me inició en el universo del Hagakure.

miércoles, 23 de enero de 2013

INVICTUS

En medio de la noche que me cubre,
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.

Caído en las garras de la circunstancia
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.


Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma

(William Ernest Henley)

viernes, 2 de noviembre de 2012

SUEÑA CON ELLA (STANDBY)






Aquí estoy otra vez, de vuelta al blog después de una temporada sin publicar nada.
¿Qué mejor manera que con una buena canción?


martes, 13 de marzo de 2012

VIVE A CREDITO O DA UN BRAGUETAZO

No es tan difícil, llevar una vida normal es muy fácil.
Puedes elegir entre pedirle un crédito a De Guindos o casarte con una infanta.




Tú decides...





lunes, 20 de febrero de 2012

EL PORTERO DEL PROSTIBULO

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. 

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para darle nuevas instrucciones.
Al portero, le dijo:

– A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, va a preparar un reporte semanal donde registrará la cantidad de personas que entran y sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio. 

– Me encantaría satisfacerlo, señor –balbuceó– pero yo no sé leer ni escribir. 

– ¡Ah! ¡Cuánto lo siento! 

– Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida. 

– Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que encuentre otra cosa. Lo siento, y que tenga suerte. 

Sin más, se dio vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa. 

Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llamó a su puerta: 

– Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme. 

– Sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... 

– Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. 

– Está bien. 

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. 

– Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? 

– No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula. 

– Hagamos un trato –dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. 

– Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo... Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para el viaje. 

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

Recordaba las palabras escuchadas: "No dispongo de cuatro días para compras". Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgó un poco más de dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes. 

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no?, las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos... En diez años, aquel hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas. 

Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de a leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo: 

– Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela. 

– El honor sería para mí –dijo el hombre–. Nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir; soy analfabeto. 

– ¿Usted? –dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer–. Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir? 

– Yo se lo puedo contestar –respondió el hombre con calma–. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería el portero del prostíbulo! 

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Generalmente los cambios son vistos como adversidades. Pero en otro sentido existe una teoría que dice que las adversidades son como una bendición. Ya se sabe que en japonés la palabra crisis surge de dos caracteres,  que son "peligro" y "oportunidad". Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar puede ser la mejor opción.

"El portero del prostíbulo" 
Cuento de JORGE BUCAY.

jueves, 2 de febrero de 2012

EL MIEDO

La mayor parte de los males que le suceden al hombre – los más importantes por lo menos – le suceden por miedo. El corazón humano está lleno de angustias y pavores. Si alguien que no sabe nadar se cae al agua, se asusta y se debate, se contrae y, en consecuencia, se hunde, desespera por mantenerse a flote y, en consecuencia, se ahoga.

Si perdiera el miedo, su cuerpo, por si solo ascendería hasta la superficie. El miedo es un lastre que nos aterra (en su doble sentido), que nos empequeñece y nos devora. No sé donde he leído esta vieja fabula india. Había un ratón que le pidió a un mago que lo salvase de su pánico a los gatos. Fue complacido y transformado en gato. Pero comenzó a tener miedo a los perros; para salvarlo, a instancias suyas, el mago lo convirtió en perro. Pero como perro, temía a la pantera, y el mago lo convirtió en pantera, con lo cual comenzó a temer al cazador. El mago entonces lo volvió de nuevo ratón ”porque al que tiene alma de ratón – le dijo –nadie le quita el miedo".

Así es en general el Hombre, tiene miedo a perderse, a perder. Y apenas en su vida hace otra cosa. Pierde el dulce y blando almohadón de su infancia; pierde y no alcanza el ideal de su juventud; pierde los amigos más íntimos y los más tiernos amores que lo acompañaron; pierde las facultades por las que fue querido y admirado, y va paso a paso, hacia la muerte, donde el mismo se pierde.Y llega a ella sin haber vivido de puro miedo. La vida fue para él algo que acaecía mientras estuvo distraído evitando un daño o una catástrofe. De ahí que solo hagan en realidad el bien, los que además de otras cosas, perdieron el miedo a la muerte, que es lo mismo que decir los que perdieron el miedo a la vida.


Hay hombres que hacen tanto esfuerzo por alejar la muerte y olvidarla que descuidan el principal precepto: el de estar vivos. y en lugar de sazonar la vida con el aprendizaje y la alegría, la amargan con quejas y quebrantos, convocando a la tristeza a anidar, como una cigüeña negra sobre un tejado.

¿Qué es el amor? Le preguntaron cierto día a un maestro. “La ausencia absoluta de miedos” respondió “¿y a que es a lo que le tenemos miedo” le preguntaron. “Al amor” contesto el maestro. Quienes se empecinan en adquirir y mantener cosas pequeñas se transforman en minúsculos escriños, en `pobres monederos, en llaveros colgados en espera de que una mano los utilice y los cuelgue de nuevo. Se contentan con poco, y aun ese poco les será arrebatado.

Para perder el miedo no es necesario cambiar el mundo, sino cambiar nuestro propio corazón: ensancharlo y escucharlo después. Nunca es imprescindible cambiar aquello que se ve y se teme, sino la forma en que se ve. La derrota y el fracaso forman parte esencial de nuestra vida. Si no aprendemos a verlos con perspectiva desde lo alto, nos amedrentaran, porque estaremos debatiéndonos entre ellos como el que no sabía nadar y cayó al agua.

Justamente es la calidad del agua lo que debemos adquirir: limpia, sumisa, dócil a la forma del recipiente en que se vierte; pero también irresistible: no solo cuando produce una avenida, sino en su constante y activo gota a gota; no solo cuando es rio, sino cuando se separa de él y riega un campo. Es tal la indiferencia del agua ante el destino a que se aplique lo que la hace fertilizante y generosa.

Cuando nos ocurre lo contrario a nosotros es porque no advertimos que las cosas no se poseen; al revés, si no somos capaces de desprendimiento, por ellas seremos poseídos. Las cosas, para que nos beneficien, como el agua, han de dejarse en libertad. Si tratas de apretarla entre las manos, resbalara el agua por los dedos; si tratas de incorporártela, salvo que la bebas, te empapara la ropa. El corazón del hombre que no teme es igual que un espejo; no apresa nada, no rechaza nada; todo lo recibe, pero no lo conserva.

Nadie conseguirá ser feliz si esta atribulado por el miedo. Para serlo es necesario ser valiente, liberarse de inseguridades, de preocupaciones y tensiones. Pero existen muchos hombres que ni siquiera se dan cuenta de que son infelices, tan embargados por su miedo viven. El que añora aquello de que carece en lugar de afirmarse en lo logrado por modesto que sea, no es feliz. El que cree que solo lo será mudando su situación o a quienes le rodean, no lo llegara a ser, porque busca fuera lo que se encuentra dentro de él. El que juzga que cuando se realicen todos sus deseos será feliz, yerra: el temor a que no se realicen lo mantiene frustrado y encogido. ¿Cómo va a ser dichoso el acobardado por la amenaza de perder el objeto de su ansiedad, o de no conseguirlo, o de que se interponga otro, u otro se lo arrebate?

Miedos, miedos, miedos. Para acercarse a la Felicidad es imprescindible romper las ataduras del miedo, al contrario de lo que normalmente hacemos: creer que la felicidad consiste en aferrarnos a ellas. La atadura de impresionar a favor nuestro a los demás, la atadura de ganar dinero, la atadura de mantener el estatus; la del éxito en el trabajo y en el mundo… y mientras nos preocupamos de que no se nos escapen nuestras ataduras, se nos escapa la vida: lo único que realmente tenemos. A eso se llama hacer un pan como unas hostias.

Antonio Gala
El País Semanal /Agosto de 1995.

viernes, 27 de enero de 2012

DORMIR Y DESPERTAR

Escribe Tao Te Ching que conocer a los demás es sabiduría y conocerse a sí mismo, iluminación. 

La iluminación sería despertar, es decir, saber que estamos dormidos y dejar de estarlo. El ser humano se caracteriza por una vida consciente de sí misma; la falta de esa consciencia es la fuente de todo su mal. 

Porque solemos estar siempre en otra parte, por encima o por debajo de lo que decimos, de lo que hacemos , de lo que pensamos. Y así se mecaniza una vida que habría de ser atenta, y se transforma en programada o en condicionada. Miramos con conmiseración hacia otras áreas en que los hombres se contentan con sobrevivir por medio de un trabajo continuo; sin embargo, nuestra vida no es muy diferente de la de ellos. No nos conocemos a nosotros mismos; nos hallamos dispersos, más que por ausencia de concentración (el age quod agis de los latinos) por ausencia de conocimiento. La concentración es como un foco de luz que manifiesta sólo lo que alumbra, pero en el conocimiento no caben sustracciones; es un poco como la madre que, mientras duerme , a pesar de cualquier ruido y sobre él, escucha el llanto de su hijo.

Todo nos impulsa a permanecer dormidos; las ideas fijas, los conceptos inmutables, las costumbres más viejas que nosotros. No atendemos ni al sufrimiento moral que , como el físico, nos advierte que algo funciona mal en nuestro interior. El sufrimiento es un choque con la realidad producido por una decepción, una desilusión, la falsedad de un amor o una amistad…Y no ha de ser tal realidad la que cambie, sino nosotros. De ahí que el Zen aconseje no buscar la verdad, sino abandonar nuestras opiniones; porque no es algo la verdad, lo mismo que el amor, que haya que buscarse, sino algo que se nos da y que encontraremos a la vez que el conocimiento. Así, vemos un bello paisaje y nos asombramos de no haberlo visto antes tan precioso y refulgente y armónico. Y es que lo vimos —con los ojos velados y la percepción alterada— como éramos entonces nosotros, y no como era el paisaje. Cuando mudamos el parecer que tenemos sobre alguien es más probable que seamos nosotros los que hemos mudado, que la persona aquella. 

Por eso es por lo que, para acceder al conocimiento, necesitamos, primero tomar consciencia de nuestros sentimientos negativos: culpabilidad, premoniciones de catástrofes , pesimismo, depresiones ante una vida sin norte y sin motivos…Son oscuridades que nos mantienen en tensión y que falsean cuanto se halla en nuestro entorno , porque falsean los sentidos con que lo percibimos y también la sensación que nos produce. Hemos de convencernos de que tales sentimientos están sólo en nosotros, no en la realidad circundante: la mesa con la que nos golpeamos no se siente dolorida; una mala operación comercial que nos aflige no se aflige a sí misma; el temporal que nos estropea una gira campestre no se siente frustrado…

Pero no es eso todo: tales sentimientos negativos forman parte de nuestro yo verdadero. Quizá influyan en el yo social (un papel repartido que nos convierte en lo que otros piensen o quieren de nosotros), pero no en el yo que somos y hemos de conocer. Son sentimientos que pasan, se suceden, son irradicables, no les pertenecemos ni nos pertenecen. Nuestra naturaleza no la constituyen ni la ambición, ni el éxito o el fracaso, ni el dinero, ni los vaivenes de la suerte, ni los giros de la fortuna, ni el amor tampoco ni el desamor…Ya que hemos hecho citas orientales, recordaré lo que en el Bhagavad-Gita le dice el dios Krisna a Arjona: “Lánzate al fragor de la batalla y deja tu corazón junto a los pies de loto de tu señor”. Para ser felices, o de otro modo, para ser nosotros mismos, no son precisas una acción o una acumulación; por el contrario, son precisos el abandono y el desasimiento. 



Lo importante en el camino al yo (o sea, al corazón del que habla Krisna) no es el cambio de las circunstancias, sino el nuestro. No podemos cifrar nuestro conocimiento en la actitud de otro; el norte de nuestra vida, en datos ajenos; nuestra dicha, en el carácter de los demás. Sería como si un médico nos diera, contra nuestra jaqueca, una receta para el vecino. Somos nosotros quienes hemos de cambiar; si no, estaremos siempre alejados del conocimiento, perdidos en una realidad que no controlamos y nos hace sufrir porque somos su campo de batalla. Es insensato que nos sintamos mejor porque el mundo mejore: nuestro mundo mejorará cuando nosotros mejoremos. Penetremos con aplicación dentro de nosotros (sin una táctica especial, ya que eso querría decir que seguimos programados desde fuera) y observaremos que somos distintos y superiores a nuestras irritaciones , a nuestros enfados, a nuestros sueños, a nuestras complacencias. Y ha de ser de esta manera porque sólo es susceptible de ser cambiado lo que se comprende; lo que no se comprende puede ser reprimido nada más , porque no cae bajo la luz del conocimiento. Por grande que sea el cambio en nuestro alrededor, no nos hagamos la ilusión de que estamos cambiando. 

Nuestra letra es la misma sea cual sea la pluma que utilicemos; nuestra forma de pensar no será otra aunque cambiemos de peinado; nuestra tristeza no se disipará por mucho que nos emborrachemos de alcohol o de pastillas.

Antonio Gala
La casa sosegada / Marzo 1996