viernes, 27 de enero de 2012

DORMIR Y DESPERTAR

Escribe Tao Te Ching que conocer a los demás es sabiduría y conocerse a sí mismo, iluminación. 

La iluminación sería despertar, es decir, saber que estamos dormidos y dejar de estarlo. El ser humano se caracteriza por una vida consciente de sí misma; la falta de esa consciencia es la fuente de todo su mal. 

Porque solemos estar siempre en otra parte, por encima o por debajo de lo que decimos, de lo que hacemos , de lo que pensamos. Y así se mecaniza una vida que habría de ser atenta, y se transforma en programada o en condicionada. Miramos con conmiseración hacia otras áreas en que los hombres se contentan con sobrevivir por medio de un trabajo continuo; sin embargo, nuestra vida no es muy diferente de la de ellos. No nos conocemos a nosotros mismos; nos hallamos dispersos, más que por ausencia de concentración (el age quod agis de los latinos) por ausencia de conocimiento. La concentración es como un foco de luz que manifiesta sólo lo que alumbra, pero en el conocimiento no caben sustracciones; es un poco como la madre que, mientras duerme , a pesar de cualquier ruido y sobre él, escucha el llanto de su hijo.

Todo nos impulsa a permanecer dormidos; las ideas fijas, los conceptos inmutables, las costumbres más viejas que nosotros. No atendemos ni al sufrimiento moral que , como el físico, nos advierte que algo funciona mal en nuestro interior. El sufrimiento es un choque con la realidad producido por una decepción, una desilusión, la falsedad de un amor o una amistad…Y no ha de ser tal realidad la que cambie, sino nosotros. De ahí que el Zen aconseje no buscar la verdad, sino abandonar nuestras opiniones; porque no es algo la verdad, lo mismo que el amor, que haya que buscarse, sino algo que se nos da y que encontraremos a la vez que el conocimiento. Así, vemos un bello paisaje y nos asombramos de no haberlo visto antes tan precioso y refulgente y armónico. Y es que lo vimos —con los ojos velados y la percepción alterada— como éramos entonces nosotros, y no como era el paisaje. Cuando mudamos el parecer que tenemos sobre alguien es más probable que seamos nosotros los que hemos mudado, que la persona aquella. 

Por eso es por lo que, para acceder al conocimiento, necesitamos, primero tomar consciencia de nuestros sentimientos negativos: culpabilidad, premoniciones de catástrofes , pesimismo, depresiones ante una vida sin norte y sin motivos…Son oscuridades que nos mantienen en tensión y que falsean cuanto se halla en nuestro entorno , porque falsean los sentidos con que lo percibimos y también la sensación que nos produce. Hemos de convencernos de que tales sentimientos están sólo en nosotros, no en la realidad circundante: la mesa con la que nos golpeamos no se siente dolorida; una mala operación comercial que nos aflige no se aflige a sí misma; el temporal que nos estropea una gira campestre no se siente frustrado…

Pero no es eso todo: tales sentimientos negativos forman parte de nuestro yo verdadero. Quizá influyan en el yo social (un papel repartido que nos convierte en lo que otros piensen o quieren de nosotros), pero no en el yo que somos y hemos de conocer. Son sentimientos que pasan, se suceden, son irradicables, no les pertenecemos ni nos pertenecen. Nuestra naturaleza no la constituyen ni la ambición, ni el éxito o el fracaso, ni el dinero, ni los vaivenes de la suerte, ni los giros de la fortuna, ni el amor tampoco ni el desamor…Ya que hemos hecho citas orientales, recordaré lo que en el Bhagavad-Gita le dice el dios Krisna a Arjona: “Lánzate al fragor de la batalla y deja tu corazón junto a los pies de loto de tu señor”. Para ser felices, o de otro modo, para ser nosotros mismos, no son precisas una acción o una acumulación; por el contrario, son precisos el abandono y el desasimiento. 



Lo importante en el camino al yo (o sea, al corazón del que habla Krisna) no es el cambio de las circunstancias, sino el nuestro. No podemos cifrar nuestro conocimiento en la actitud de otro; el norte de nuestra vida, en datos ajenos; nuestra dicha, en el carácter de los demás. Sería como si un médico nos diera, contra nuestra jaqueca, una receta para el vecino. Somos nosotros quienes hemos de cambiar; si no, estaremos siempre alejados del conocimiento, perdidos en una realidad que no controlamos y nos hace sufrir porque somos su campo de batalla. Es insensato que nos sintamos mejor porque el mundo mejore: nuestro mundo mejorará cuando nosotros mejoremos. Penetremos con aplicación dentro de nosotros (sin una táctica especial, ya que eso querría decir que seguimos programados desde fuera) y observaremos que somos distintos y superiores a nuestras irritaciones , a nuestros enfados, a nuestros sueños, a nuestras complacencias. Y ha de ser de esta manera porque sólo es susceptible de ser cambiado lo que se comprende; lo que no se comprende puede ser reprimido nada más , porque no cae bajo la luz del conocimiento. Por grande que sea el cambio en nuestro alrededor, no nos hagamos la ilusión de que estamos cambiando. 

Nuestra letra es la misma sea cual sea la pluma que utilicemos; nuestra forma de pensar no será otra aunque cambiemos de peinado; nuestra tristeza no se disipará por mucho que nos emborrachemos de alcohol o de pastillas.

Antonio Gala
La casa sosegada / Marzo 1996 

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